El educador, como continuador de la labor educativa
de los padres de familia, asume totalmente la responsabilidad de ayudar a los
alumnos en su formación integral, en todas sus dimensiones o posibilidades.
Según nos indica San Agustín, más que enseñar, su función es, sobre todo,
facilitar el aprendizaje a los alumnos; su meta no es la transmisión de ideas,
sino la oferta y promoción de ideales, valores y actitudes; es un condiscípulo,
un compañero de búsqueda; su mejor lección es el ejemplo y su autoridad es,
principalmente, de contagio y de prestigio; no debe tratar a todos por igual,
sino a cada uno según su necesidad. El perfil del educador agustiniano es el
siguiente:
Es un “Ministro” –servidor- no un “maestro”. El verdadero
Maestro es la Verdad -Dios mismo- que habla desde dentro -Maestro interior.
Usa el amor como motivador del aprendizaje. Si no hay amor a los alumnos,
ni se puede producir el aprendizaje, ni mucho menos el hecho educativo.
La función primordial del educador es facilitar, despejar el camino del encuentro entre el alumno y la Verdad, ejerciendo para ello un doble ministerio: acercar la Verdad al alumno y acercar el alumno a la Verdad.
La función primordial del educador es facilitar, despejar el camino del encuentro entre el alumno y la Verdad, ejerciendo para ello un doble ministerio: acercar la Verdad al alumno y acercar el alumno a la Verdad.
Su meta no es la información-conocimiento, sino la
formación-sabiduría. No la transmisión de ideas -como datos- sino la oferta y
promoción de ideales, como actitudes vitales.
Es fundamentalmente un condiscípulo, un compañero
de búsqueda. El
Colegio es una gran familia, competente y cooperativa, en donde el diálogo, la
interacción y el compartir se constituyen en elementos connaturales del proceso
educativo.
En tanto es buen Maestro en cuanto sigue siendo un
buen alumno; vive su
profesión como una vocación en constante afán de superación. De ahí, que
permanentemente esté invitado a actualizarse, a integrarse en la formación
permanente.
Su mejor lección es el buen ejemplo. Y su autoridad es,
principalmente, de contagio y de prestigio.
Su misión no es anónima, sino personal, personalizada
y personalizadora. La educación es para las personas, con nombres y apellidos, con
virtudes y defectos, con necesidades y valores. Debe potenciar potenciar las
diferencias entre los alumnos, pero en clave de unidad y comunión, en clave de
justa proporción: no a todos igual, sino a cada cual según sus necesidades y
según sus méritos.
Necesita un gran equilibrio en el ejercicio de su
ministerio. La
educación es un proyecto en proceso en que se va desde el imponer al proponer y
desde el proponer al exponer. De la disciplina al orden y desde el orden a la
paz y al amor.
Su mundo de referencias esenciales tiene las siguientes
coordenadas:
Interioridad: La Verdad reside en el hombre interior. Educar es “sacar a la luz”, “ayudar a dar luz”, “recordar ,“iluminar”.
Interioridad: La Verdad reside en el hombre interior. Educar es “sacar a la luz”, “ayudar a dar luz”, “recordar ,“iluminar”.
Comunión: Necesitamos de los demás para ser nosotros mismos.
La Verdad no es mía ni tuya para que pueda ser tuya y mía. Un alma sola y un
solo corazón hacia Dios.
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